¿En qué flor renacerán mis cuencas
el día que tus manos acaricien
la grava de mi tumba?
Quién sabe. La pereza de un jazmín
tal vez se deshaga de su espejismo inmaculado
y venga a perfumar aquella conjunción de lágrimas
junto a las violáceas sombras de las cruces y allí
–vos todo cielo y yo éter absoluto- acertemos
esa ilusión peregrina de una tarde.
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