1 El
libro de Argidectura
M
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ira con desconfianza
la imagen que el espejo le devuelve de sí mismo; tal vez no sea, tal vez tenga
cara de escarabajo o de pez. Huye, corre por laberintos hasta llegar al cubo
donde transcurre sus noches. Las paredes están despintadas y forman imágenes:
un león, una casa, un escarabajo, un automóvil. Antes le parecían
fantasmas; siempre supo que su padre era un fantasma y su madre era la torre
del reloj. Pero ahora el mar por la ventana empañada; escribir palabras en el
vidrio, nombres. Con el frenesí de los niños que comienzan a descubrir el
universo de las palabras, escribió un poema. Hablaba de las gotas de lluvia,
hablaba de unos ojos celestes que tal vez sean verdes.
La
tarde, una resignación de neblinas y lágrimas, era como un humo denso que
asfixiara el corazón. Tal vez otro espejo, u otra manera de decir o no decir;
lo salvaría de la monotonía hiriente, de moscas atrapadas en la telaraña, de
burócratas sellando el aburrimiento en papeles cuadrados. Pero el único espejo
era el omnireflejante de la soledad, y la única forma de decir era el silencio.
Tomó el poema que había escrito y lo leyó en voz alta:
Cae la lluvia lentamente sobre
los cristales,
gotas débiles que sueñan...
Se
detuvo porque un enorme ruido proveniente de la habitación había comenzado.
Algo difícil de describir. No supo qué era y se dirigió hacia allá. Al llegar
no vio cosa alguna fuera de lo común, sólo un pequeño escarabajo que caminando
por el suelo se metió debajo de la cama. Juan se dijo que tal vez fuera el
viento. Volvió al living, se sentó en un cómodo sillón a ver pasar la vida.
Tomó
un libro de la biblioteca que tenía en su casa, esa que fue de sus abuelos. Un
libro que no había visto antes. Leyó el título en voz alta: “Argidectura, un
circular“. En la primera página se encontró con el prólogo. Aquí podré saber
qué es la argidectura, pensó Juan; comenzó a leer: Más allá de la forma y el
espacio la esencia de las cosas es la sustancia; del mismo modo, más allá de
las anécdotas y las circunstancias nuestra esencia es el amor. La argidectura se
ocupa del estudio del amor. El amor en sus diversas manifestaciones siempre es
uno y el mismo. Su rival es el odio, que también es siempre uno y el mismo.
Ocurre a veces el desgraciado suceso de confundir el odio con el amor, o
viceversa. Es tan alto y profundo el significado que le concedemos al amor, que
su sola mención nos mueve a actuar. Pero ¡vaya pena!; que existen personas que
sabiendo de tal significado utilizan la palabra "amor" para, sin
sentirlo y con el objeto de lograr de los demás respuestas que desean, fines de
bajo valor. La argidectura nos ayudará a ayudarnos, ayudando al amor. En la
playa las personas parecían jarrones, o tal vez paraguas. Juan levantó la vista
del libro y al ver el espectáculo de la puesta de sol; con los ojos fijados al
horizonte abrió sus manos distraídamente y el libro, no contradiciendo la ley
de Newton, cayó. En el suelo el libro quedó abierto en una página que decía: El
límite del día es el atardecer; así, quien se aferra a los sentidos pierde
finalmente la razón de sus empeños pero quien sabe desde niño que las mejores
cosas están adentro no verá decaer las fuerzas de su libertad.
Un
enorme ruido proveniente de la habitación había comenzado. No sabiendo qué era
se dirigió hacia allá. Al llegar no vio cosa fuera de lo común. Sólo un pequeño
escarabajo que se metió debajo de la cama.
Juan
quedó perplejo, porque el ruido era similar al anterior y porque ahora no le
pareció que fuera el viento. Tomó el libro de argidectura y lo abrió en una
página elegida al azar: el poder de la mente nos asusta, porque dudamos del
corazón.
Dejó
el libro en la biblioteca, pero con la firme decisión de leerlo en los días
venideros. Luego salió de la casa, repitiendo para sí: el poder de la mente nos
asusta. Caminó hacia la playa oscurecida ya. En la noche se confundió con el
silencio. La luna bailaba con las olas la misteriosa danza de las soledades, al
compás de ráfagas de viento y caracoles estáticos. Pensó en otras noches y
otras lunas y otros mares. Le dolía la persistencia de una pena sorda; y
rodaban sus ojos por esa arena que era como las constelaciones, hundiéndose en
las órbitas silentes.
Los
pasos lo condujeron hacia su casa, cruzando las constelaciones y dejando
huellas. Cuando el amor pasa por nosotros deja huellas que no se borran más. Al
llegar; un torbellino de palabras sonó en su mente, un torbellino de imágenes
se presentó. No pudiendo controlar el barco de sus sentimientos, naufragó en
las profundidades oscuras. Pero aquella frase lo salvó: El poder de la mente
nos asusta, porque dudamos del corazón.
La
puerta retumbó con un quejido de molinito de juguete. Las paredes, al encender
las luces, aparecieron en su extensión única. Las ventanas hablaron del viento
y de la lluvia que recomenzaba. Parado, entre cosas sin vida, se sintió una
sombrilla clavada en una playa de un planeta muerto y desconocido. Algo moría,
lo supo con el parpadeo rápido de una bombita y con el parpadeo rápido de su
corazón. Le dolió un vacío cósmico, una angustia de cantos rodados.
Caminando
por el living, y luego las habitaciones, sintió que su casa era demasiado
grande, y que su vida era demasiado chica. Tomó una foto entre sus manos y se
quedó mirándola. ¿Por qué te fuiste tan lejos?, dijo finalmente y guardó la
foto. Los trenes de la ansiedad tocaron sus silbatos, las estaciones se
confundieron en un delirio de espacios y tiempos, las horas indicaron sus
presencias de campanadas de reloj y el hambre sugirió la cena.
Una
expedición a la heladera, y cuando había elegido los alimentos se dispuso a
darles forma conveniente. Fósforos, que nunca están. Pero se detuvo con ojos
asustados, porque un enorme ruido proveniente de la habitación había comenzado.
Se dirigió hacia allá. Al llegar no vio cosa fuera de lo común. Sólo un pequeño
escarabajo que se metió debajo de la cama.
Inútil
intentar describir su estado de ánimo. Sin embargo, como si nada hubiera
ocurrido, encendió el horno y preparose la cena. Mientras comía lo invadió un
recuerdo. Él era un niño y caminaba por el jardín...
Tragó
un bocado demasiado grande y le dolió la garganta. En el estómago la comida
producía una satisfacción desconocida. Pero a tanto dolor y tanta pena, ¿Dónde
encontrar remedio? ¿Dónde una tabla salvadora o unos labios que sonrían? ¿Dónde
unos ojos que nos miren? Y Juan comía, con su peso de siglos Juan comía ¿Cómo
puede caber en un joven tanta melancolía? Y Juan comía, con su carga de sombra
Juan comía.
El
plato y los cubiertos en la mesa, Juan en algún rincón. Aparece detrás de una
cortina. Juan cuenta las estrellas. En el mayo de los locos las palabras
sobran. Pero él no quiere enloquecer. Toma un papel y escribe. Se distrae el
escritor y pierde la primera parte de la carta de Juan, vuelve de su
distracción y copia: “...te recuerdo desde aquella tarde. Porque siempre te
quiero. Regresa”. El escritor vuelve a distraerse. Juan termina la carta
“...tengo abiertas las puertas, no las cierres. Siempre te amo.
Juan”
Tal vez no haya buzón para esta carta, o tal vez Juan ignore
que ella nunca volverá.
Un enorme ruido proveniente de la habitación había
comenzado. Se dirigió hacia allá. Al llegar no vio cosa fuera de lo común. Sólo
un pequeño escarabajo.
Habría que aprender a convivir con ese ruido.
Ver anterior http://paginantes.blogspot.com.ar/2016/10/s-u-e-000.html
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SÓLO UN ESCARABAJO cap 2
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