martes, enero 04, 2022

SIN TÍTULO Marcelo Pérez (Mercado Libro) Grupo Paginantes en Facebook Nº 363

   Si los que caminan son caminantes, si los que recorren los ríos y los mares son navegantes ¿Por qué quienes viajan por las páginas no habrían de ser Paginantes?
SIN TÍTULO Marcelo Pérez (Mercado Libro)  Grupo Paginantes en Facebook Nº 363



Akiro decía que el método que utilizaba para escribir sus relatos era, en primer lugar, pensar el título; y en base a lo que le viniera en mente, a partir de ahí, desarrollaba su escrito. Y Akiro no sentía remordimiento o culpa alguna en confesar esto en cualquier reportaje que le hicieran, ya fuese prensa, radio o televisión. Esto fue, justamente, lo que Elpidio sintió, al leer un reportaje de tres páginas de extensión que le dedicara la prensa local el domingo pasado. Elpidio podría haber esperado encontrar cualquier otra cosa, cualquier novedad, estreno de película u obra de teatro; crítica de libros o de conciertos, todo menos que en un extenso reportaje él confesara eso. Porque era lo mismo que si Elpidio imaginase cualquier título y escribiera cualquier cosa relacionado a ello. Akiro, en apariencia, acostumbraba a trabajar así, y obrando de esta manera tenía demasiada suerte porque le publicaban todo. Esto era costumbre en él, lo había hecho siempre; por lo menos, desde que descubriera ser escritor. Elpidio se imaginaba un Akiro chiquito, de unos cinco o seis años apenas, y sus padres tirándole varios títulos inventados al azar, para que el niño desarrollara, en sus primeras letras, lo que se le ocurriera. Desde luego sería la manera de incentivar a una mente brillante a edad temprana. Y esta agilidad de Akiro sería descubierta por una importante editorial, la que comenzaría a publicarle los primeros volúmenes. La crítica literaria posiblemente habría considerado al temprano Akiro como alguien carente de imaginación y corrección en su relato; empero, esto estaría compensado por la sutileza, brillantez y rigurosidad académica de los títulos elegidos para cada escrito. En ciertas entrevistas para la televisión Akiro había manifestado la aplicación de técnicas budistas y zen en la elección de sus títulos, y que, tal vez debido a eso, fueran tan atrayentes. Más de una vez hombres que se habían hecho ricos con la especulación política y la bolsa, lo tentaron para escribir un libro sólo con títulos, pero esto no convenció a Akiro porque consideraba que también él tenía seguidores por las estructuras de sus relatos. Sin embargo logró, con el paso del tiempo, amasar una fortuna con la venta de sus libros, no necesitando mecenazgo que lo apañase. Elpidio entendió que, sin desearlo, saber todo lo relacionado a Akiro se había convertido, para él, en una obsesión. En su biblioteca tenía varias cajas de archivo donde atesoraba recortes de periódicos, revistas, anuncios de presentaciones de sus libros, todo acerca de Akiro, hasta inclusive cintas magnetofónicas con entrevistas grabadas de distintas radios. El hecho que evitaba que toda esta meticulosidad se transformara en peligrosa neurosis era que, cada tanto, Elpidio la descargaba enviando al correo de lectores de los diarios o llamando por teléfono a alguna radio donde lo entrevistaran, mofándose de sus textos y de sus títulos. A veces esta crítica mordaz era repelida con sutileza por el locutor que tuviere a cargo el programa en ese momento, entendiendo que Akiro, como ser humano, pudiera también tener sus flancos flacos. Pero esto no afectaba a Elpidio, porque ya hacía tiempo –por no decir años- que venía estudiando su personalidad y la manera tan sutil que tenía de embaucar a la gente. Elpidio, así, entendía que nada era eterno en la vida, y que si Akiro venía arrastrando fama y riqueza desde los cinco años, algún día llegaría en que esa fortuna le jugara en forma adversa. Y si eso no aconteciera, Elpidio trabajaría para lograrlo. Una interesante oportunidad se presentó al enterarse que Akiro llegaría de visita al país y brindaría una conferencia en la universidad. Elpidio se sintió dichoso, por fin lo conocería personalmente, luego de haber leído y escuchado tanto acerca de él. A las 2 de la madrugada del lunes, día de la conferencia, Elpidio se puso en la fila para retirar la entrada gratuita que comenzarían a repartir a las 5 de la tarde. A la hora que Elpidio acudió, la cola era muy larga, daba dos veces y media la vuelta al edificio de la universidad. Y tuvo mucha suerte, porque al llegar, la última entrada fue la que le correspondió. El resto de los infortunados concurrentes deberían conformarse con verlo por televisión. La conferencia tenía previsto comenzar a las 8 de la noche, pero al haber tanta gente interesada debieron iniciarla una hora después. Sobre el escenario habían colocado un escritorio con tres vasos y tres botellas de agua mineral. Un micrófono en el centro y nada más. El auditorio estaba repleto, se sentía la gran expectativa de conocer y escuchar al famoso Akiro. Minutos después de las 9 de la noche, hicieron su aparición tres hombres: dos catedráticos eminentes, de traje oscuro, barba y cabello al mejor estilo Brahms o Marx y, en el medio de ellos, Akiro, recibido por un manantial de aplausos. Akiro era un hombre de entre 50 a 60 años; de tez oscura, cabello corto, entrecano; vestía camisa blanca y pantalones grises. Parecía una persona muy sencilla, a pesar de su fortuna y todo lo que escribía. Brahms y Marx tomaron asiento permitiendo el sitial central para su ilustre visita. Un asistente trajo tres botellas más, bastante grandes, de agua mineral, porque ya sabían que Akiro consumía galones enteros de ese líquido. El preámbulo a la charla estuvo a cargo de Brahms. Fueron 24 minutos durante los cuales no escatimó esfuerzos y ponderaciones hacia el visitante. Marx sólo asentía con su cabeza, remarcando lo escuchado. Cuando inició su exposición, a Akiro nadie logró entenderlo porque sólo hablaba japonés; pero, por suerte, estaban Brahms y Marx, que tenían amplios conocimientos del idioma, y podían oficiar de intérpretes. En un momento determinado de la charla, Akiro pronunció una palabra que no fue comprendida por los catedráticos, pidiéndole, al visitante, que aguardara antes de proseguir, mientras ellos dos se consultaban el uno al otro. Como empezaron a escucharse murmullos entre el público, Brahms decidió ir por ayuda. Se levantó de su silla y salió del escenario. Akiro aprovechó para beber un poco de agua. A los diez minutos Brahms reapareció, llevando debajo de su brazo un diccionario español-lituano, herramienta con la cual pudieron evacuar sus dudas, continuando con la conferencia. Akiro pidió a su asistente otra botella de agua de dos litros. Hasta el momento toda la charla fue monopolizada por Akiro, no dejando lugar a las preguntas del público. En verdad, había mucho que preguntar. Esto sintió Elpidio durante gran parte de la charla, en especial todas las veces que vio a Brahms consultar su diccionario, momento que era aprovechado por Akiro para seguir bebiendo su agua. Marx tomó el micrófono para anunciar al público que podrían hacerle preguntas, si lo desearan. Un muchacho, de unos 20 y pico, alzó tímidamente la mano. Brahms le hizo señas para que se pusiera de pie y que hablara fuerte. Carraspeando su garganta le pidió a Akiro si fuera posible que improvisara un relato con un título cualquiera. Antes de responder, Akiro bebió entera una botella de dos litros de agua. Al concluir, dijo una frase que fue traducida por Marx para que, en efecto, el joven eligiera un título. El muchacho lo pensó un momento hasta que “El mar encrespado” fue el título que le cedió. Se hizo un enorme silencio en todo el auditorio, mientras Akiro pensaba su relato. Luego de un minuto, más o menos, empezó a contar su historia, la que era traducida por Brahms. Al cabo de unos 25 minutos –de los cuales diez fueron utilizados por Brahms para consultar su diccionario español-lituano- Akiro cerró con una frase dando a entender que el relato podría continuar hasta llegar a ser una novela, pero que no tendría tiempo suficiente para hacerlo ahí y que si con eso era suficiente y el joven se diera por satisfecho. Un gran aplauso coronó las palabras de Akiro, quien agradeció, abriendo otra botella de agua. Elpidio levantó su mano, ya con intenciones de desenmascarar la actitud de Akiro al escribir sus relatos. Marx hizo un gesto para dar paso a la inquietud de Elpidio. Elpidio entendió que había llegado su momento, y no lo dejaría pasar. Se puso de pie para que su pedido fuera escuchado y entendido por todos. Elpidio sabía que Akiro podía inventar cualquier cosa que se propusiera, y ponerle luego un titulo seductor, atrapante, de esos que generaran curiosidad en el lector, y ansiedad de querer saber de qué trataría el texto. Elpidio además sabía que esto, para Akiro, era algo muy fácil de realizar; por eso lo retó a que ideara en el momento un relato sin título. Akiro no respondió de inmediato. Bebió varios tragos de agua mientras el auditorio, en su totalidad, esperaba ansioso escuchar algo. Brahms y Marx intercambiaron opiniones, hechas fuera de micrófono, a espaldas de Akiro, quien seguía bebiendo. Al terminar la botella, hizo una seña a su asistente para que le alcanzara otra. Akiro había entendido a la perfección lo que le había solicitado Elpidio quien, tan descaradamente, lo había retado a un desafío. Akiro destapó la botella bebiendo del pico. Agua limpia, fresca y mineral, le hacía muy bien a su organismo. Elpidio se sentó, ya hacía 15 minutos que había postulado su pedido y todavía no había escuchado, de Akiro, ni una sola vocal. Brahms pidió paciencia al auditorio, explicando que el ilustre visitante estaba pensando armar, en su mente, una historia para complacer al retador. Podría ser, por ejemplo, algo acerca de un niño que jugara a imitar el aletear de una grulla en el campo; o un anciano contemplando los rosados pétalos de un cerezo que cubrieran un sendero en otoño; o las vicisitudes de dos actores de teatro ante el estreno de una obra, o esas fábulas de los guerreros Heike cuyos rostros se reflejan en los caparazones de los cangrejos. Pero nada de esto o de alguna otra cosa se le ocurrió a Akiro, quien todavía seguía bebiendo su agua. Cuando Marx vio que Akiro estaba a punto de terminar la botella y pedir otra, se levantó de la silla dirigiéndose al auditorio, dando por concluida la charla alegando que Akiro estaba muy cansado. Hubo una serie de murmullos entre el público presente. Un hombre que había madrugado dos días para conseguir una entrada se desplomó, no pudiendo creer que hubiese estado perdiendo tanto su valioso tiempo. Dos mujeres gritaron a coro que Akiro no podía escribir ni una sola letra, y para qué lo habían traído. Pero Akiro no escuchaba, pidió a su asistente 6 botellas más de agua. Otro terció que todo era un embuste, una mera acción comercial de la prensa para ganar dinero y así Akiro sentarse a sus anchas en su trono de fama. Pero Akiro no escuchaba, no le interesaba. Cuatro de las seis botellas ya las había tomado. Pidió otras seis más. Su abdomen estaba muy abultado y se veían signos de preocupación en los rostros de Brahms y Marx. Un botón de la camisa de Akiro saltó de su lugar, yendo a impactar en el ojo de un espectador sentado en la primera fila. Mas no fue algo grave, porque se trató de un botón pequeño. Igualmente, el damnificado dijo que iba a presentar una demanda contra Akiro por daños y agresiones. En el momento en que algunos se pusieron de pie para abandonar el auditorio, se dejó oír una detonación. Gritos por doquier lograron que todo el público huyera a la desbandada. La imagen de ver a Akiro con su abdomen reventado, vertiendo todos los galones de agua ingerida sobre el escenario, resultaba patética: quedó con sus ojos de forma almendrada abiertos al asombro de no haber podido encontrar algún título al relato que estaba imaginando. Lo último que vio Elpidio al salir, fue a Brahms y Marx asistiendo con desesperación a Akiro: antes de pensar en intentar crear un relato sin título prefirió salvar su honor haciéndose un harakiri acuático. Un par de días después el resultado de la autopsia reveló que Akiro murió de hidrocefalia.
Marcelo Pérez
23 de Diciembre de 2021



PP 25 3 363


* http://paginantes.blogspot.com/2022/01/sin-titulo-marcelo-perez-mercado-libro.html


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