domingo, octubre 29, 2023

Paginantes - Nuevas Letras - EL CARRITO DE RULEMANES Carlos Gustavo Virardi 11/09/2019 Publicación 1

Revista Nuevas Letras, para que los molinos del Quijote vuelvan a ser gigantes, horizontes, Paginantes. Desde 1981 difundiendo nuevos escritores 


Paginantes - Nuevas Letras - EL CARRITO DE RULEMANES Carlos Gustavo Virardi 11/09/2019 Publicación 1


  Carelia regresó como tantas veces ese sábado por la mañana a la casa de sus padres, muy mayores, casita en las afueras de la gran capital.

  La  visita  luego  de  colectivo  y  tren  no era tan “de médico” por lo menos por el viaje de ida y vuelta.

  Le servía de observación… luego de emoción. Es que tenía que ver, controlar, auxiliar el estado de sus padres, a quienes ya se les perdían muchas cosas de la vida por un lógico y progresivo deterioro.

  Recordaban así también lejanas cosas de los años mozos, de cuando Carelia era chica, y es que la memoria es así, uno se va acordando de las  cosas  olvidadas  de sus primeros años, pero empieza a olvidar lo que hizo ayer.

  Me pregunto ¿la memoria olvida o nosotros olvidamos la memoria…?

  Surgió el recuerdo de Coco, el chico limitado que se hizo amigo de la familia, no estaba a nivel de los normales, pero era de inocencia y gran corazón. Unos años antes de que Carelia dejara la casa parental se había ido lejos, con dos tías con las que vivía en ese barrio a media cuadra de Carelia.

  La joven fue dejando atrás el recuerdo de Coco en virtud de las nuevas relaciones que hacía mientras crecía. Colegio secundario y luego la facultad le dieron nuevas amistades.

  Recordaron el carrito de rulemanes que los padres fabricaron para Carelia, por esa calle de poco tránsito tanto ella como el Coco y otros amiguitos se deslizaban, otros venían con sus propios carritos, la diversión de la época.

  Recordó el día de la despedida de Coco, cómo éste le expresó lo que significaba el carrito para él, chico de pocos juguetes.

  “¿Lo querés para vos?” Le dijo Carelia, notó el titubeo del chico y continuó “Es tuyo, ahora es tuyo Coco, llévatelo”

  Coco se lo llevaba casi sin poder hablar, mucho no le gustó a Carelia que le casi gritó al chico disminuido que ella tanto respetaba “¡¿Cómo se dice?!”

  Apenas se escuchó el débil, probablemente emocionado “Gracias Care”.

  Habían ya pasado cuarenta años de ese día, parecía que había sido ayer.

  Siguieron algunas otras anécdotas de ayer y de hoy mientras Carelia aprovechaba para estudiar el estado de sus padres, sus necesidades, las de la casita. Iba cada dos semanas, su hermana Miriam también, intercalándose casi siempre.

  Había lugares de la casa que prácticamente nadie transitaba por la mezcolanza de trastos, enseres, elementos en desuso, acumulados por años, tapados por la tierra, y tapados entre sí, pero que en este caso guardaban un olvidado recuerdo.

  Sí, lo adivinaron, en el depósito del fondo estaba el carrito de rulemanes que Coco había devuelto hacía años y que los padres ya no recordaban, pero… hasta que se acordaron en ese mismo día.

  “Hija me acordé” levantó la voz la mamá, mientras el padre asentía, entreviendo la repentina vuelta de la memoria. “Coco devolvió el carrito” y continuó “Lo trajo hace algunos años porque se mudaba otra vez, ahora a Las Heras, con unos primos y las tías, al campo.”

  “¿¿¿El carrito está aquí desde entonces???” preguntó conmocionada Carelia “Sí hija, perdoná nuestra memoria, recién ahora nos acordamos, sabemos lo que te gustaba ese carrito” “Dónde está” preguntó “Hija está entre las cosas del depósito” “Es difícil para nosotros encontrarlo” fue la respuesta.

  Carelia corrió al fondo, abrió la puerta de metal, casi desvencijada, derecho al fondo le pareció ver un eje con un rulemán, el carrito estaba allí, tapado de tierra y de cosas, ella parecía llorar, corrió cosas viejas como pudo y sacó el carrito, estaba entero, completo.

  Si bien no sabía si reír o llorar, el llanto estaba más cerca en su emoción.

  Lo revisó, lo miró de un lado y de otro, se diría que engrasándolo un poco volvería a andar, lo dio vuelta y abajo, en pintura azul, añosa, con trazos torpes en mayúsculas se leía: “GRACIAS CARE”


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