viernes, julio 31, 2020

DETALLES Marcelo Pérez Grupo Paginantes en Facebook Nº 210

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Decía que podía reconocer a cualquiera, desde cierta lejana distancia, por el solo hecho de ver cómo caminaba. Su vista no era muy buena, sin embargo, a una distancia de 200 metros, más o menos, él sabía que Juan era Juan por su manera de caminar. Aunque estuviera de espalda, siendo ésta la forma más sencilla de notar su andar. Y Alberto era Alberto y Néstor era Néstor. Nadie, al caminar, evitaba su balanceo, a menos que se lo propusiera conscientemente. Teniendo en cuenta todo esto, Esteban modificaba su manera de andar cuando alguien se aproximaba, no importaba si ese alguien fuese conocido o no; él siempre variaba su balanceo corporal para que nadie pensara en o catalogara su andar. En cierta etapa de su vida tuvo una novia que, en realidad, no llegó a ser tal, sólo una amiga, apenas; mas él la etiquetó como “novia” porque hacía apenas una semana que se conocían y ya andaban por la calle tomados de la cintura. Se llamaba Lucía; cabello rubio, flaquita. Pero al poco tiempo la dejó porque olía mal. Esteban era muy cuidadoso en ese sentido y no hubiese sido correcto tener a su lado una mujer que no cuidara esos detalles. Lucía caminaba con un balanceo impropio, como si lo hubiese adoptado de alguien. Esteban se enteró, dicho por ella misma, durante una noche de absoluta confesión, que había adoptado esa forma de caminar por emular a su estrella favorita del rock, Cintia Esbirra, que había perdido su pierna izquierda en un accidente automovilístico y le habían colocado una prótesis traída especialmente de Alemania. Lucía no deseaba quedarse atrás, copiaba ese detalle tan concretamente fiel a tal punto de haber grabado un video, con su nueva forma de caminar, enviándolo por correo electrónico al productor de Cintia para que vieran su fidelidad hacia la banda y si pudieran conseguirle entradas gratis a los shows. Pero lo que más llegó a impactar a Esteban, y lo que se diría “impactar”, podría referirse tanto a su estupor como a su bulbo olfatorio, fue el desagradable olor que emanaba Lucía. La noche en que Esteban decidió poner fin a la relación fue momento de confesiones mutuas. Sentados a la mesa de un bar, él tomó, además del café, coraje: la miró a los ojos y le dijo que no deseaba verla más, que su olor era difícil de disimular, y que esa no era la manera de demostrarle que lo amaba. Cuando llegó el turno de hacer su descargo, Lucía le comentó que, además de imitar el andar de Cintia también emulaba su perfume de búfalo que se podía percibir en todos sus recitales. Y que ella, al no conseguir alguna esencia que lo igualase, tuvo que recurrir a dejar de bañarse por dos semanas. Y ya que estaban en momento de echarse en cara las verdades, ella le hizo notar que él nunca usaba pañuelo para estornudar, prefiriendo deshacerse de su mucosidad sobre la vereda; cosa que, hablando con sinceridad, era una manera poco decorosa de demostrar masculinidad. Esteban recibió esta verdad en pleno rostro; le pareció que, con eso, Lucía no sólo denostaba a él como persona, sino también a su propio padre, ya fallecido, quien también tuvo esa costumbre. De improviso le vino a la memoria, rescatando fragmentos de su niñez, ya perdida, la costumbre de su padre de ensuciar la vereda con sus estornudos, estridencias que era posible oír de lejos, sin mayor esfuerzo. Mamá, en cambio, era más delicada en sus maneras: usaba siempre pañuelos descartables de papel, comprados a un japonés en el mercado. Con un golpe de puño sobre la mesa, haciendo saltar la cucharita del platito de café, Esteban demostró su enfado por la novedad recibida. Saliendo a la carga con armamento más pesado, le dijo a Lucía que el maquillaje que usaba era horrendo; sobre todo la pintura de los labios, que no sólo era un rojo de señal ferroviaria, sino que también usaba en demasía, sobrepasando el entorno de la comisura. Además también tenía un desagradable olor. Y a qué mujer se le ocurría recargar tanto su rostro? Hubiesen quedado tan lindos los tonos pastel… La andanada de perdigones rociada por Esteban fue valientemente respondida por Lucía, quien alegó que él hacía ruidos con la boca al sorber el café o cualquier otro líquido, y que se podían escuchar las implosiones que efectuaban los gases en sus intestinos cuando estaban los dos en silencio, sin tener que conversar. Eso dolió a Esteban como una daga candente, porque recordó a su abuelo y sus tiernos ruidos que hacía al tomar la sopa, y la abuela le pedía que no sorbiera de esa manera, que era falta de educación, a lo que el abuelo clamaba su inocencia diciendo que la sopa estaba muy caliente. Y papá que dejaba emanar sus gases ante cualquiera y en cualquier momento, sin importar si había menores alrededor. Todavía recordaba cuando habían ido al cine, y en medio de la película, en la penumbra de la sala, resonó un gas de papá quien, a pedido de mamá, tuvo que levantarse e irse ante el temor de la vergüenza. Otro golpe de puño sobre la mesa y la cucharita voló unos metros. Esto no podía quedar impune. Esteban reagrupó su ejército, buscando otra estrategia para el contraataque. Esas polleras a lunares que usaba Lucía provocaban el hazmerreír de quien las viera. Ya no tenía edad para andar luciendo vestuario circense; que no se confundiera, no le sentaba, no le quedaba bien, y era patético. Si a esto le sumáramos alguna blusa con demasiados volados, los labios pintarrajeados con brocha gorda de pintor de paredes, la forma simiesca de caminar sólo por imitar a Cintia, y que a Esteban le hacía recordar al gorila que estaba en el zoológico, y que siempre que iba le pedía al abuelo que lo llevara a verlo; entonces tendríamos a una persona que deteriorara su imagen de una manera concreta. Además, el hecho de querer imitar a Cintia Esbirra, con su pierna ortopédica resaltaba su total falta de personalidad. En síntesis, un verdadero caso de estudio. Abriendo la boca de forma inusual, para articular mejor las palabras, Lucía lanzó una carcajada remarcando a Esteban que las veces que intentaron tener sexo su pene le provocó lástima porque a pesar de los intentos no lograron que se irguiera. Claro que eso tuvo su razón de ser, y fue debido al mal olor que emanaba el cuerpo de Lucía. Ahí Esteban sintió otro estilete en su corazón, en su ser más íntimo, en su hombría, y recordó a su abuela recriminando el hecho de no haber podido tener más hijos por el problema que llegó a tener el abuelo, con la erección de su miembro. (La abuela, a sus 77 años, todavía pretendía seguir pariendo). Pero esa discusión la habían tenido una sola vez, a puertas cerradas y en total intimidad, aunque fue suficiente para que Esteban lo escuchara todo, pegando su oído a la pared. Mas la frase hiriente de Lucía siguió resonando en Esteban, ante el cruel recuerdo. Golpeó nuevamente la mesa logrando que varias gotas de café salieran despedidas de la tacita. Mientras limpiaba con una servilleta de papel, Esteban le recordó a Lucía las veces que le había sugerido que se lavara los dientes porque los tenía amarillos, y eso provocaba que las bacterias de los restos de comida formasen ese olor a aliento en estado de descomposición, que tanto la caracterizara. Y esto era más que vergonzoso, porque era inútil presentarla así en sociedad. Las mejillas de Lucía pasaron de un rosa pálido a un rojo brillante mientras se mofaba de Esteban al decirle que él se afeitaba el pecho para quitarse años de encima y que era de afeminados hacer eso, porque ella lo había conocido peludo y así lo prefería. Esteban estuvo al borde de la ira al conocer esta opinión de Lucía, recordando que el abuelo también se afeitaba porque decía la abuela que le pinchaba con sus pelos cada vez que hacían el amor, y el abuelo era bien hombre. Además, Esteban subrayó el hecho de que Lucía tenía los diez dedos de las manos llenos de anillos; usaba cadenas que colgaban del cuello y se enteró, por medio de una amiga en común, que se había puesto una aldaba a manera de argolla, perforando su ombligo, cosa que Esteban no sabía porque ya hacía tiempo que no tenían sexo. Y que si quisiera se podría ir con su Cintia Esbirra a cantar a otro lado. Hizo un ademán para levantarse de la mesa pero le ganó Lucía, saliendo apresuradamente del bar, con sus ojos llorosos pero no de impotencia por no haberle dicho más cosas, sino de lástima por ella misma al haber desperdiciado momentos de su vida al lado de un hombre como él. Esteban tiró sobre la mesa algunos billetes y salió también, pero tomó otro camino para evitar cruzarse con Lucía. Esteban se alejó, imitando el caminar del gorila del zoológico. Cómo había perdido tanto tiempo al lado de ella? Su cuerpo despedía mal olor por querer imitar el perfume de búfalo, por no higienizarse, lo mismo que su boca, que emanaba un aroma a comida recién masticada; sus labios cargaban más maquillaje de lo necesario; sus polleras a lunares causaban hilaridad, y eso de imitar el caminar de Cintia, sólo por hacerse de entradas gratis para los shows, representaba a una persona de poco fiar. Además tenía un lunar en su glúteo derecho. Pero esto era sólo un pequeño detalle.

Marcelo Pérez
19/Julio/2020

PP  23  3  210





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