Partes como un racimo de silencio
bajo el cansado lloviznar del día
cuando septiembre se muestra empecinado
en ocultar el sol y por castigo
apenar el rubor de los lapachos.
El aire huele a lágrima perpetua
y a soledad la tierra abandonada
por tu sonrisa que se hizo peregrina
en la imprecisa hora de la ausencia.
Te amaba entonces como si hubieras muerto
y no quedara en vuelo ninguna golondrina,
ningún rosal sonoro ni en su latir de vida,
ninguna huella tibia sobre el pasado inerme.
Cual fruto de higuerilla fue el destino
y hasta la floración era el invierno,
las crías de calandrias, el invierno
y la grama pujante, todo invierno.
Sólo la luz que mi memoria atrapa
entre gotas y grises persistentes
se acurruca en la flor de la desdicha
con la terca obsesión por los milagros.
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