jueves, diciembre 12, 2019

UVAS DEL SUR de Luis Gilberto Caraballo Grupo Paginantes en Facebook Nº 66






Uvas del Sur
Dedicado a Luis Marcano Barrios quien le agradezco todo lo que en vida me dió
Un abrazo , siempre te llevaré
  Bajaba la tarde con su arpegio de verbos arropados y el cielo cubierto de nubes grises mantenía una cierta distancia con su atmósfera.
  Recordé aquellos años en los que las tardes se hacían ciénagas de relámpagos y copiosas lluvias en la casa de Playa Colorada, que daba hacia una montaña tupida de verdor. Era otro siglo. Ahora estamos en el Siglo XXI y Cumaná en minutos se convirtió en un lienzo acuoso, donde la lluvia goteó incesante y cada dardo aguijoneó el alma del transeúnte.  Busqué un respiro entre el caudal que caía verticalmente al frente.
  Recién bañado en el hotel Bahía Azul, mientras se oían truenos y cornetas en la perimetral conversamos y tomamos un café. Ya casi a las cinco nos encontramos nadando entre el cenagal que se formaba en las bateas y algunos huecos; el carro dudó con sus ruedas; éstas finalmente retomaron el trayecto y nos dirigimos al lugar del bautizo. Hubo una tregua con la lluvia, lo cual nos permitió descender del carro.
  Al rato la lluvia prosiguió, se mantuvo luego sembrando la tierra de versos, quién sabe dedicados a quien, quizás era un llanto acumulado de embriaguez a la esperanza, que perduró algunos minutos más.
  Una vez entrados en la casa, guardé un espacio para recuperar al menos alguna compostura. Entonces, pude percibir entre las paredes y sus aromas un silencio, una especie de círculo ininteligible que posteriormente intenté ubicar en parte de sus pasillos internos. En uno de los parajes de la casa me tropecé con el símbolo del doble infinito, en mi opinión, significa la unión del tiempo (pasado y presente) y del otro (el yo y su espejo). Al menos así me quedó grabado para aquella tarde, donde la ambigüedad y el canto se mantenían con sus hilos como esas trenzas de lluvias que nos acordonaron por buen rato. Mientras todo permaneció en tranquilidad, estuve a punto de perderme entre el ruido del agua y esa vestimenta que se siente cuando a uno lo visita el campanario de otra época. Los poemas y los versos consagrados. Sus clavijas, como si desde aquel piano se levantará un pentagrama y me otorgará algunos trazos.
  Sobre esas tempranas apreciaciones era que se había dibujado, con una especie de compás el círculo ininteligible, donde el pasado aparecía impregnado de nostalgias, y nos decantaba con sus uvas del tiempo algunos episodios de su fecunda luminosidad. Fue entonces cuando pude entender, que esa nostalgia tenía un sello que iba más allá de la muerte- Era un faro despiadado que tendía su luz encendida, para aquellos navegantes que nos adentramos al mar.
  El tiempo se me devolvía mientras caminaba por los recintos de la casa, y seguía ese interminable murmullo que ahora llevo persistentemente en el rostro. Por esa corta presentación incidió en la lectura que hiciera de los tangos, como también en el canto a Huidobro o cuando intenté leer los ecos a la lejanía de Montegrande, vertidos en el poema de Las mujeres de pan. Tuve que mirarme en el espejo de otra ciudad que alguien pudo haber creído poseer como suyo, guardándolo como una reliquia en algún poemario en el anaquel de su biblioteca. Pero, el tiempo se había encargado de obsequiarlo en aquella tarde de júbilo. Estuve tentado a sujetarme de algunas de sus frases, poemas (“¡Y mientras exprimimos en las uvas del Tiempo/ toda una vida absurda, la promesa/ de vernos otra vez se va alargando, /y el momento de irnos está cerca, y no pensamos que se pierde todo! / ¡Por eso en esta noche, mientras pasa la fiesta/ y en la última uva libo la última gota”) y quizás de la compostura que arguye un poeta de la talla de Andrés Eloy Blanco lo que sobrepaso lo que hasta ahora había intentado realizar por mi inspiración, en el acercamiento a unos de los templos incunables de la ciudad. Casi sin excusas, aquel lugar no requería de una presentación formal, el podía darse forma por si mismo. Era un referente que mantenía bajo el torrente copioso del verso, nexos con el cielo, sin que pudiésemos contenerlos de forma racional. Pasado ya este rato inicial, me propuse asumirlo como parte de la tarde sin darle al asunto mayores vericuetos.

Algunas voces mantuvieron
de pie la casa,
quizás era a mi mismo.
No quise creer
a lo mejor,
mientras la lluvia bendecía a la tarde.
El silencio no tocó más allá
quedaba al fondo como una tierra solitaria,
pero insalvable.
Para que alguien
la visitase en su búsqueda
de la luna,
en su grito interminable.
Era el encuentro,
inesperado con el cielo
que bajaba en unción
en Cumaná.
  Por alguna razón que desconozco me llevo a recordar la escena del juego de ajedrez con la muerte en la película del séptimo sello de Bergman. Era un hilo aparecido como un fantasma, que signó mi estancia ineludible con la otredad que albergó el verso y rompió el hilo racional. En aquella tarde cargada de voces y de remozadas vocales, de uvas y de tiempos que marcan la memoria de mi poesía. Me llevó a confrontarme con el espejo de una ciudad que ilumina más allá de su tiempo.

Luis Gilberto Caraballo

PP 22 3 66





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