miércoles, mayo 06, 2020

ALUCINACIÓN Y MUERTE. Romelio Baide Cardona Grupo Pginantes en Facebook Nº 117


ALUCINACIÓN Y MUERTE. Romelio Baide Cardona Grupo Pginantes en Facebook Nº 117


  En la brevedad de su existencia de once años se escribieron todas las marcas que el dolor puede pintar con cruel rapidez, con sádica precisión.
  Su figura de niño acunó estoicamente en cada pliegue de desnutrición y marginación social, todos los estigmas que la pobreza fue pintándole en su envejecida piel de niño de la calle desde el alba de su vida.
  Ratilla, como le llamaban sus compañeros de infortunio por su endeble y raquítico cuerpo era el mayor de cinco hijos que salieron del vientre de su madre con el sello de “vagos” en la frente por el pecado de nacer como dicen con eufemística elegancia los sociólogos “por debajo de la línea de la pobreza” es decir, en la miseria, era de esos seres infrahumanos que la sociedad produce a montones y sirven para justificar la necesidad de los cuerpos policiales y su carácter represivo para proteger a la gente de bien.
  Su mirada apagada, triste y con un lejano dejo de rencor se desplazaba desde el huesudo cuenco de sus ojos hasta el borrascoso y patético horizonte de su miserable existencia; desde los andrajos sucios de sus ropas marcaba con clara y dolorosa certeza las bardas imaginadas que lo separaban y distinguían de los de su edad que pasaban frente a sus ojos en los carros que brevemente, con el apuro del rojo se estacionaban frente al semáforo donde mendigaba la caridad humana.
  En cada pirueta alzando su esmirriado cuerpo sobre sus manos, en los malabares precarios de las naranjas viajando de sus manos al aire en breves parábolas, en la mano tendida frente al vidrio oscuro que no bajó, en la hambrienta curvatura de su estómago vacío pegando a su espinazo; Ratilla vivía su existencia de miseria comiéndole cada segundo al reloj, cada día al calendario.
  A sus veinte años, con la protección de sus padres lindando con la alcahuetería irresponsable, Jonás recorría su vida con la despreocupación del que todo lo tiene y por nada lucha; sociópata por excelencia, con la creencia que el mundo se postró en su horizonte para girar en torno a él, Jonás, aligeraba con asombrosa avidez ríos de alcohol, que corrían sin prisa y enervantes todo su cuerpo embruteciendo hasta la idiotez se malogrado cerebro.
  De figura estirada encorvada, flaco, huesudo, cabellera greñuda cayendo en manifiesto desorden sobre su frente, sus ojos claros destilando sin pudor la perversión cultivada a pulso en su espíritu; al timón de su carro recorría cada noche altanero y borracho rechinando soberbia sobre el asfalto.
  Aquella noche; después de embriagarse con alcohol y barrer con su nariz y habilidad de oso hormiguero las fatídicas líneas blancas reptando sobre la mesa del bar; recorrió la noche cabalgando en las crestas de la alucinante vorágine de imaginaria alegría hasta estrellarse torpe y somnoliento contra los rayos de una mañana de sol de abril en la calurosa ciudad del adelantado; estaba estuporoso, tambaleante e idiotizado, sentado como una gelatina informe en la silla del bar; tomó las llaves de su carro, arrancó raudo y sin miramientos rechinando toda la alucinación acumulada en su imaginario de colores y fantasías en cada una de sus neuronas preñadas de alcohol y cocaína.
  El mundo se plantó ante sus ojos como un calidoscopio anárquico girando cada fracción de segundo sus mil colores y formas; incorpóreo, sideral y perlado en gruesas gotas de sudor sobre su huesuda cara con mirada de idiota, se adueñó de las calle con el pie pisando hasta el fondo el acelerador de su carro convertido de pronto un bólido con presagio de muerte.
  Con el sudor surcando sucio y fatigante su rostro, Ratilla había mitigado el hambre con los restos grasosos obtenidos en el basurero más cercano a “su semáforo”, saludando el rojo con el giro hábil de su cuerpo hasta quemar la palma de sus manos en el asfalto, y elevar sus pies hacia el zenit parodiando una inútil plegaria al cielo; con el sol hiriendo sus ojos alzados siguiendo el viaje alterno de las naranjas para volver sumisas el cuenco de sus manos, con la convicción de que lo hacía bien, que se ganaba con méritos la caridad o lástima de cada conductor; Ratilla le arrancaba sin chistarse ni lamentarse, cada segundo al reloj, cada día al calendario.
  La naranja que saltó de su mano izquierda confiada y vertical hacia se pequeño cielo ya no completó el viaje acostumbrado en sus cotidianos malabares, Ratilla sintió el impacto brutal y seco estrellarse sin piedad en su enclenque figura, sin lograr entender lo que pasaba, sin siquiera sentir el dolor del bólido de metal embistiendo toda su existencia, antes que su alma, su cuerpo se elevó hasta impactar toda la miseria acumulada en once años de marginación y miseria sobre la acera que impávida y pétrea recibió su cuerpo tras el breve viaje por los aires.
  Desde su etérea existencia, desde los brazos de la muerte acunando piadosa su alma, Ratilla pudo ver su cuerpo untando huesos, carne y sangre en una mancha deforme sobre la cera; simulando sarcástica y burlona una pintura abstracta, nacida del más alucinante pintor.
R. BAIDE.
P.D .Relato urbano, breve y trágico.




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